Hola chicos, este es el texto que deben traer leído para el miércoles. Realizaremos un trabajo práctico grupal en clase sobre este tema.
El problema de Dios,
hoy
En el apartado anterior (Fe en un horizonte universal) hemos hablado
de preguntas existenciales sobre nuestra propia vida y sobre la vida en
general. La pregunta que nos hacemos ahora más concretamente es si en el mundo
de hoy, tal como lo conocemos, hay todavía lugar para orientar aquellas dudas a
Dios. Es decir, si podemos buscar en
Dios las respuestas sobre nuestra vida y sobre la existencia, y más aún, si podremos encontrar en Dios
esas respuestas. Nos da la impresión de que el lugar ya está ocupado. Porque
las preguntas sobre el sentido de la vida, sobre el más allá, sobre la vida
después de la muerte… han sido reemplazadas por preguntas sobre el futuro mismo
del hombre. El ser humano ya no se preocupa tanto por si Dios le tiene una
misión, por si esta vida es adelanto de una vida mejor y eterna… al ser humano
de hoy le preocupa más si, en el futuro, aunque él mismo muera, otros hombres
de otras generaciones lograrán ciertos objetivos. Es decir, si en el futuro
aunque sea lejano, el ser humano logrará avanzar con la ciencia hasta el infinito,
si logrará conquistas sociales tan grandes que ya no haga falta rezarle a Dios
por un mundo más justo, porque el mundo será más justo porque el hombre
evolucionará y será mejor. Esto es lo que llamamos <<trascendencia hacia
adelante>>, es una exigencia dirigida a la acción del hombre. En cambio
la <<trascendencia hacia arriba>> significa esperanza y mirar a
Dios. Implica tener la mirada puesta en un plano sobrenatural. Entonces, ¿cómo
comprender cristianamente el futuro? ¿Qué lugar tiene Dios en un futuro que
parece estar ocupado solo por la humanidad?
Intentaremos una doble comprensión del futuro.
Intentaremos una doble comprensión del futuro.
A. La primera
comprensión del futuro parte de la experiencia de injusticia, odio, mentira,
muerte en la historia. Nuestra experiencia de la historia no es solo de
progreso. La historia de la humanidad presenta un largo camino de sufrimientos.
Injusticia y sufrimiento son muchas veces las objeciones más fuertes contra la
fe en Dios. ¿Cómo creer en un Dios todopoderoso como padre bueno de los hombres
si permite las guerras mundiales? No
podemos conformarnos con un mundo en el que algunas personas mueren por hambre
y otras sufren las consecuencias de su propio bienestar (por ejemplo, personas
que se estresan trabajando arduamente por ser ricas y luego gastan gran parte
del dinero que ganaron en curarse) Las cosas no pueden seguir así. Los seres
humanos debemos protestar contra estas realidades. Pero, ¿cómo seguir adelante?
Los poderes y las fuerzas del mal nos afectan de alguna u otra forma a todos y
condicionan nuestro obrar. En cualquier intento que hagamos por crear un mundo
más justo, más libre, más pacífico, nos encontramos condicionados por la
injusticia y la violencia. Hasta a veces algunas batallas sociales justas
implican que nosotros mismos usemos la violencia o la imposición. Es decir que
en cualquier orden nuevo que intentemos introducimos inmediatamente el germen
del un nuevo desorden, de una nueva injusticia, de una nueva amargura. Parece
que nunca conseguiremos escaparnos por completo de nuestro pasado, lo llevamos
colgado como una pesada carga. Al final de todo, ¿sólo nos queda el deseo de algo diferente, pero no la
posibilidad de concretarlo?
Para que no sea de gusto la esperanza
en un mundo mejor y más humano, para que no desesperemos de que la historia
tenga un sentido, es necesario que ocurra algo cualitativamente mejor. Algo
nuevo, que supere las capacidades humanas, que nos sea dado como un don, como
un regalo. La cuestión del sentido de
nuestra existencia y de nuestro compromiso con la historia se nos presenta como
un posible acceso a Dios. Aquello que la Biblia llama <<promesa>>
sería para nosotros el encontrar sentido a la existencia. Y este sentido lo
encontraríamos en Dios, si lo tomamos como fuente de bien, de amor y justicia.
B. Nuestro
segundo intento de entender el
futuro y el lugar de Dios en él se
sitúa en una experiencia más profunda. Se trata de la experiencia de la finitud
del hombre. Todo el tiempo vivimos la experiencia de que somos finitos, es
decir que tenemos un final. La muerte es el lugar donde experimentamos la
finitud del hombre y de sus proyectos de futuro. Aquí fracasan todos los
proyectos a largo plazo, los sueños de un mundo mejor en el futuro. ¿Qué valor
tienen la vida y el hacer del hombre? ¿No termina todo en el vacío y en la
nada? ¿A dónde se dirige todo lo que hacemos? ¿No tendremos que renunciar a
proyectos de futuro como humanidad? ¿No es en definitiva absurda la existencia
y la realidad? ¿De qué sirve luchar por un futuro mejor que no veremos? ¿De qué
sirven las conquistas sociales que otros olvidarán cuando nosotros ya no
estemos?
Para poder vivir humanamente, debemos
suponer un sentido de la vida. A pesar de todas las situaciones límite,
necesitamos constantemente reponernos y vivir la vida. Así, la experiencia de
finitud que describimos en el párrafo anterior, implica la experiencia de un
<<a pesar de todo>> y de un <<otra vez>>. Precisamente,
ante la amenaza de que todo quede en la nada y en el absurdo, experimentamos
que las cosas tienen cierta solidez, que hay momentos hermosos y encuentros
felices, es decir, que a pesar de todo, la vida <<vale la pena>> A
pesar del vértigo y la incertidumbre que nos generan estas preguntas sin
respuesta, a pesar de la angustia que nos puede generar la muerte de la que no podremos
escapar, a pesar de todo ello… el nacimiento de un hijo, el encuentro con la
persona amada, el terminar una carrera, el hacer amigos nuevos… nos recuerdan
constantemente que vale la pena vivir y más aún, vivir buscando la felicidad y
disfrutándola a cada instante.
Este sentido que a pesar de todo
encontramos, lo experimentamos como algo que nos viene, como un regalo que
recibimos a pesar de nuestra finitud. Es entonces cuando necesitamos entender
la experiencia de sentido de la vida como una experiencia de trascendencia. Es
decir, de algo que está más allá de nosotros mismos. Esta experiencia de
sentido solo es posible si Dios existe. Un Dios que, al ser el creador de la
realidad, dispone de todo lo que está fuera del alcance del hombre. Sólo Dios puede
superar los males en los que el hombre cae constantemente a lo largo de la
historia. Sólo Dios puede ofrecernos un futuro más allá de la muerte. Sólo Dios
puede fundamentar el sentido de nuestra existencia. Es la única garantía
posible de que lo que hemos hecho no termine en el vacío.
Resumiendo: partimos de la pregunta sobre la
posibilidad de creer en Dios hoy de un modo responsable e intelectualmente
aceptable. Si se puede creer en Dios sin caer en una fe ciega. Pero no dimos pruebas de la existencia de
Dios. Eso es imposible dada la experiencia del sufrimiento humano (recordemos
que nos quedó sin responder cómo puede existir un Dios como padre bueno y
permitir por ejemplo, las guerras mundiales) La esperanza es el único modo
posible de aceptar el sentido de la vida. Tal esperanza es fundamental para la
vida humana. Sin ella caeríamos en la desesperación y el suicidio o la absoluta
indiferencia. Así, nos queda la esperanza de que sentido, justicia, verdad,
felicidad absolutos sean lo último en la historia, el final del cuento. Aquello
que la Biblia y los cristianos llaman <<Dios>> se nos muestra como
la esperanza del hombre. Dios sería el futuro deseado, el futuro de nuestros
proyectos. Sin olvidar que Dios es también el creador de la historia. El responsable
de que exista la realidad.
Dios no siente envidia del hombre ni
pretende amargarle la vida, al contrario. La fe en Dios da sentido a la
búsqueda del hombre. Una fe entendida correctamente implica el buscar y el
preguntarse, inspira el compromiso humano. Al liberarnos de la angustia
existencial, nos hace libres para el compromiso con los demás. Es decir, al
dejar de angustiarnos por el futuro del hombre porque sabemos que Dios es el
futuro (aunque no tengamos idea de cómo sucederá esto) estamos libres para
ocuparnos del presente. Podemos comprometernos con nuestra vida y con la vida
de los demás porque sabemos que la existencia encuentra sentido en Dios.
Dejamos de angustiarnos por la muerte porque sabemos que Dios nos ofrece una
vida que supera la muerte. Y a la vez, al vivir una vida con sentido y
ocupándonos de los demás, comenzamos a saborear en el presente las promesas del futuro.
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