viernes, 12 de mayo de 2017

El problema de Dios, hoy.

Hola chicos, este es el texto que deben traer leído para el miércoles. Realizaremos un trabajo práctico grupal en clase sobre este tema.




El problema de Dios, hoy
En el apartado anterior (Fe en un horizonte universal) hemos hablado de preguntas existenciales sobre nuestra propia vida y sobre la vida en general. La pregunta que nos hacemos ahora más concretamente es si en el mundo de hoy, tal como lo conocemos, hay todavía lugar para orientar aquellas dudas a Dios. Es decir, si podemos buscar en Dios las respuestas sobre nuestra vida y sobre la existencia, y más aún, si podremos encontrar en Dios esas respuestas. Nos da la impresión de que el lugar ya está ocupado. Porque las preguntas sobre el sentido de la vida, sobre el más allá, sobre la vida después de la muerte… han sido reemplazadas por preguntas sobre el futuro mismo del hombre. El ser humano ya no se preocupa tanto por si Dios le tiene una misión, por si esta vida es adelanto de una vida mejor y eterna… al ser humano de hoy le preocupa más si, en el futuro, aunque él mismo muera, otros hombres de otras generaciones lograrán ciertos objetivos. Es decir, si en el futuro aunque sea lejano, el ser humano logrará avanzar con la ciencia hasta el infinito, si logrará conquistas sociales tan grandes que ya no haga falta rezarle a Dios por un mundo más justo, porque el mundo será más justo porque el hombre evolucionará y será mejor. Esto es lo que llamamos <<trascendencia hacia adelante>>, es una exigencia dirigida a la acción del hombre. En cambio la <<trascendencia hacia arriba>> significa esperanza y mirar a Dios. Implica tener la mirada puesta en un plano sobrenatural. Entonces, ¿cómo comprender cristianamente el futuro? ¿Qué lugar tiene Dios en un futuro que parece estar ocupado solo por la humanidad?
Intentaremos una doble comprensión del futuro.
A. La primera comprensión del futuro parte de la experiencia de injusticia, odio, mentira, muerte en la historia. Nuestra experiencia de la historia no es solo de progreso. La historia de la humanidad presenta un largo camino de sufrimientos. Injusticia y sufrimiento son muchas veces las objeciones más fuertes contra la fe en Dios. ¿Cómo creer en un Dios todopoderoso como padre bueno de los hombres si permite las guerras mundiales?  No podemos conformarnos con un mundo en el que algunas personas mueren por hambre y otras sufren las consecuencias de su propio bienestar (por ejemplo, personas que se estresan trabajando arduamente por ser ricas y luego gastan gran parte del dinero que ganaron en curarse) Las cosas no pueden seguir así. Los seres humanos debemos protestar contra estas realidades. Pero, ¿cómo seguir adelante? Los poderes y las fuerzas del mal nos afectan de alguna u otra forma a todos y condicionan nuestro obrar. En cualquier intento que hagamos por crear un mundo más justo, más libre, más pacífico, nos encontramos condicionados por la injusticia y la violencia. Hasta a veces algunas batallas sociales justas implican que nosotros mismos usemos la violencia o la imposición. Es decir que en cualquier orden nuevo que intentemos introducimos inmediatamente el germen del un nuevo desorden, de una nueva injusticia, de una nueva amargura. Parece que nunca conseguiremos escaparnos por completo de nuestro pasado, lo llevamos colgado como una pesada carga. Al final de todo, ¿sólo nos queda el deseo de algo diferente, pero no la posibilidad de concretarlo?
Para que no sea de gusto la esperanza en un mundo mejor y más humano, para que no desesperemos de que la historia tenga un sentido, es necesario que ocurra algo cualitativamente mejor. Algo nuevo, que supere las capacidades humanas, que nos sea dado como un don, como un regalo.  La cuestión del sentido de nuestra existencia y de nuestro compromiso con la historia se nos presenta como un posible acceso a Dios. Aquello que la Biblia llama <<promesa>> sería para nosotros el encontrar sentido a la existencia. Y este sentido lo encontraríamos en Dios, si lo tomamos como fuente de bien, de amor y justicia.
B. Nuestro segundo intento de entender el futuro y el lugar de Dios en él se sitúa en una experiencia más profunda. Se trata de la experiencia de la finitud del hombre. Todo el tiempo vivimos la experiencia de que somos finitos, es decir que tenemos un final. La muerte es el lugar donde experimentamos la finitud del hombre y de sus proyectos de futuro. Aquí fracasan todos los proyectos a largo plazo, los sueños de un mundo mejor en el futuro. ¿Qué valor tienen la vida y el hacer del hombre? ¿No termina todo en el vacío y en la nada? ¿A dónde se dirige todo lo que hacemos? ¿No tendremos que renunciar a proyectos de futuro como humanidad? ¿No es en definitiva absurda la existencia y la realidad? ¿De qué sirve luchar por un futuro mejor que no veremos? ¿De qué sirven las conquistas sociales que otros olvidarán cuando nosotros ya no estemos?
Para poder vivir humanamente, debemos suponer un sentido de la vida. A pesar de todas las situaciones límite, necesitamos constantemente reponernos y vivir la vida. Así, la experiencia de finitud que describimos en el párrafo anterior, implica la experiencia de un <<a pesar de todo>> y de un <<otra vez>>. Precisamente, ante la amenaza de que todo quede en la nada y en el absurdo, experimentamos que las cosas tienen cierta solidez, que hay momentos hermosos y encuentros felices, es decir, que a pesar de todo, la vida <<vale la pena>> A pesar del vértigo y la incertidumbre que nos generan estas preguntas sin respuesta, a pesar de la angustia que nos puede generar la muerte de la que no podremos escapar, a pesar de todo ello… el nacimiento de un hijo, el encuentro con la persona amada, el terminar una carrera, el hacer amigos nuevos… nos recuerdan constantemente que vale la pena vivir y más aún, vivir buscando la felicidad y disfrutándola a cada instante.
Este sentido que a pesar de todo encontramos, lo experimentamos como algo que nos viene, como un regalo que recibimos a pesar de nuestra finitud. Es entonces cuando necesitamos entender la experiencia de sentido de la vida como una experiencia de trascendencia. Es decir, de algo que está más allá de nosotros mismos. Esta experiencia de sentido solo es posible si Dios existe. Un Dios que, al ser el creador de la realidad, dispone de todo lo que está fuera del alcance del hombre. Sólo Dios puede superar los males en los que el hombre cae constantemente a lo largo de la historia. Sólo Dios puede ofrecernos un futuro más allá de la muerte. Sólo Dios puede fundamentar el sentido de nuestra existencia. Es la única garantía posible de que lo que hemos hecho no termine en el vacío.
Resumiendo: partimos de la pregunta sobre la posibilidad de creer en Dios hoy de un modo responsable e intelectualmente aceptable. Si se puede creer en Dios sin caer en una fe ciega. Pero no dimos pruebas de la existencia de Dios. Eso es imposible dada la experiencia del sufrimiento humano (recordemos que nos quedó sin responder cómo puede existir un Dios como padre bueno y permitir por ejemplo, las guerras mundiales) La esperanza es el único modo posible de aceptar el sentido de la vida. Tal esperanza es fundamental para la vida humana. Sin ella caeríamos en la desesperación y el suicidio o la absoluta indiferencia. Así, nos queda la esperanza de que sentido, justicia, verdad, felicidad absolutos sean lo último en la historia, el final del cuento. Aquello que la Biblia y los cristianos llaman <<Dios>> se nos muestra como la esperanza del hombre. Dios sería el futuro deseado, el futuro de nuestros proyectos. Sin olvidar que Dios es también el creador de la historia. El responsable de que exista la realidad.
Dios no siente envidia del hombre ni pretende amargarle la vida, al contrario. La fe en Dios da sentido a la búsqueda del hombre. Una fe entendida correctamente implica el buscar y el preguntarse, inspira el compromiso humano. Al liberarnos de la angustia existencial, nos hace libres para el compromiso con los demás. Es decir, al dejar de angustiarnos por el futuro del hombre porque sabemos que Dios es el futuro (aunque no tengamos idea de cómo sucederá esto) estamos libres para ocuparnos del presente. Podemos comprometernos con nuestra vida y con la vida de los demás porque sabemos que la existencia encuentra sentido en Dios. Dejamos de angustiarnos por la muerte porque sabemos que Dios nos ofrece una vida que supera la muerte. Y a la vez, al vivir una vida con sentido y ocupándonos de los demás, comenzamos a saborear en el presente las promesas del futuro.



miércoles, 3 de mayo de 2017

Fe en un horizonte universal

Acá está el texto y las actividades que tienen que realizar.
Realizar las actividades en un documento de Word y enviarlo por email a las dos profesoras.